Hace 19 días terminó el Festival de Jazz en Montreal. Un evento anual que reúne a muchos artistas y un gran numero de espectadores.
Pero mi intención no es narrarles sobre un evento que ya pasó y que ha sido reseñado por muchos. Escribo esto porque anoche volví a soñar con ese color amarillo y esa brillantez de frescura que solo puede pertenecer al Mango, y me desperté con el sabor en la boca… otra vez.
El día final del Festival de Jazz decidimos ir, aupados por La Vero, quien mas que la música, lo que le gusta son las diversiones infantiles que el festival ofrece.
Pasamos un rato jugando en el piano gigante, el trampolín trompeta, el colchón musical, la escalera guitarra, haciendo manualidades rápidas y nos deleitamos viendo los mimos y sus disfraces.
Cuando llegó la hora del “tengo sed, quiero algo de beber”, salimos de las ya muy bien conocidas actividades infantiles y comenzamos a caminar entre esa jungla de gente de todo tipo, colores, formas, olores y circunstancias que forman parte (y que considero la parte mas encantadora) del festival. Despacito nos deslizábamos entre ellos como no queriendo distraerlos y así no perdernos sus particularidades.
Y de repente se abrió la jungla y me mostró, como caídos del cielo unos Mangos. Unos Mangos tipo flores, flores gracias a su corte creativo, Mangos amarillos como el sol, ese amarillo irrepetible del Mango, con una brillantez que se debe solo a sus jugos de elixir, frescura que solo el Mango puede aportar. Eran muchos, uno al lado del otro, eran como girasoles que se reían conmigo, que se movían a mi ritmo, que tarareaban lo que mi mente tarareaba.
Dije de inmediato “QUIERO UNO YA!”, pero la ausencia de dinero en efectivo me hizo salir, solo un poco, de esa fantasía tropical y plantearme como meta la obtención de dinero en papel a la brevedad.
Mis compañeros de safari no se les entusiasmó ni un pelo. Ellos insistían en la simpleza del agua, no podía entender como la frescura del Mango no los enloqueciera; “el mango no tiene el mismo efecto sobre todos” pensé.
Planteando una solución para cada uno, corrimos al centro comercial que queda a pasos del lugar, y allí buscar lo que cada uno necesitaría. En cuestiones de minuto el agua y las monedas se hicieron presentes y cuando íbamos de salida, en la plaza central del monstruo comercial, una exposición de instrumentos musicales capto la atención de los míos, irremediablemente, como hipnotizados, “los instrumentos musicales no tienen el mismo efecto sobre todos” pensé.
Pasamos (pasaron) algo mas de 3 horas dentro de esa remolino musical, saltando de instrumento en instrumento, tocando cada uno de los que se podía tocar, imaginándose artistas, alumnos o dueños de los preciados aparejos. Y yo… pensando cuantos Mangos me comería al salir, cuantos Mangos me alcanzaría comprar con las moneditas, contándolas en el bolsillo, como vigilándolas, saboreando Mango a Mango mentalmente.
Llego la hora de salir, no porque se hubieran cansado, sino porque los expositores comenzaron a recoger, “llegó el momento”, pensé. Pero no fue fácil despegarlos, solo con promesas de helados cremosos (nada comparados con el precioso Mango) logré apártalos, solo físicamente, de ese hoyo negro.
Al dirigirnos a la salida, la ley (la police) me hizo salir por completo de mi fantasía tropical. “Puerta norte cerrada, empezó el último concierto del festival, dirigirse al puerta sur” nos espetó aquel hombre, como quien lanza cualquier instrucción lógica. Pero yo no estaba para mucha lógica, porque mentalmente me negaba a esa realidad, la realidad de una calle a reventar y el quiosco de mis Mangos ya cerrado.
Y así fue, me monté en el carro, casi llorando, si haber probado los Mangos, mis Mangos; sin siquiera haberle tomado una foto que perdurara como testimonio de una fantasía que pudo ser real.
Y hoy al despertarme... me desperté y seguía soñando con ese amarillo irrepetible y con ese sabor tropical en la boca… solo de fantasía… otra vez.
